Historias del Arenero.
– ¿Cuántos son? – preguntó el keeper.
– Tres. – respondió Claudia.
– Pasen. – les dijo el musculoso de cuarenti pico y las dejó pasar. Tenía su estilo, no era tosco como la mayoría. Escondía sus atributos físicos bajo su campera de cuero rockera. Como Liam Neeson en Taken. Gran astuto.
Mariana avanzó queriendo entrar juntos a sus amigas, pero fue contenida por el hombre de la puerta. – Chicos, tiene que esperar a que salga alguien para entrar. – dijo.
La luz del farol de la entrada pegaba de lleno en los rostros de Brian y Roque, próximos en la fila. Los iluminaba como si estuviesen presenciando la entrada al paraíso, custodiado por el keeper. No podían sacarle los ojos de encima a las bellezas traseras de las chicas que ascendían por las escaleras de alfombra roja. Tal vez sí era el paraíso después de todo.
Tiago, detrás de ellos, prestaba atención a la parla del productor mexicano de VH1 que a un costado intentaba colarse chamuyando a Liam quien, con todo el carisma que esperamos de un héroe, le dijo que tenía que hacer la cola como todos.
– ¿Trajiste el faso? – le preguntó Jonathan a Marcelo, detrás.
Germán contaba a su grupo lo sucedido en el programa de medianoche antes de salir.
– Me estoy meando. – le dijo fastidiosa Paloma a su chico mientras se apoyaba sobre su hombro.
Yamila es de Colombia. Aprovechó pasarse unos días por capital luego de unas vacaciones en Cabo Polonio. Viaje que hizo con Juana, su amiga de la infancia, y junto a unos chicos argentinos. Uno de ellos Adrián, con quien compartió una aventura en el viaje. El muchacho llevaba bien cuidada una imagen parecida a Geezer Butler en sus dorados. Solo que con barba.
En la fresca, pero no fría noche de sábado, ambos formaron fila como el resto para entrar a un boliche del centro, a mitad de cuadra sobre Marcelo T.
– Quedate tranquila – dijo Adrián–. Te aseguro que no vamos a pagar la entrada. El tema es que el chabón que conozco, está adentro, no está en la puerta.
Yamila asintió con la cabeza mientas se movía en el lugar encogiéndose de hombros y con sus heladas manos en los bolsillos de la campera. No estaba acostumbrada a noches frescas, pero no frías. Faltaba confianza para un abrazo de filito.
En eso Adrián se percata de una mujer de mediana edad y de mediana estatura que pasa cerca suyo, casi empujándolo. Se disponía a ingresar con cierto apuro a una casa vieja cuya puerta se encontraba obstruida por la cola de ingreso al bailable, precisamente donde aguardaban los precoces amantes. Sobre el escalón había una Fanta de litro y medio, un Mantecol grande y un turrón. Que llamó la atención de Adrián y hasta le dio cierta gracia. Supuso que eran de los trapitos que circulaban por la zona. Una cosa lo llevo a la otra. Se acercó sin aires de entrometerse para observar el pasillo de la casa que se veía a través de la puerta, ya que el vidrio de la misma estaba abierto.
– ¿Qué es esta casa? –se dijo en voz alta–. Me parece que estuve acá…
– ¿¡Qué te pasa la concha de tu madre!?
Adrián no pudo terminar de comentar, que la mujer se dio vuelta en su cara y toda rabiosa comenzó a escupir entre sus malos dichos.
– ¡Son todos unos putos drogadictos! ¡La concha de su madre! – esos eran sus anuncios. Tres venas se le inflaron en su frente. –Que mirás hippie de mierda. Con tu pelito largo. – hacia Adrián.
Como que todo el asunto la había alterado. O ya estaba alterada de antes. Se volvió hacia la puerta que no abría. Comenzó a sacudirla con fuerza.
– ¡Hijos de puta! – prosiguió. Atónitos, Yamila y Adrián no se movieron ni un centímetro. Todos en la cola la observaban sin comprender lo que sucedía. Hasta el keeper se asomó desde la puerta.
– Si, la mina es así. Siempre hace lo mismo. – comentó con cierta desazón.
La mujer empezó a patear la puerta, giraba la llave, no había caso.
– ¡Se hacen los caretas, vienen acá como si nada, se hacen los decentes, los copados. Vienen acá para drogarse, son todos basura, una bolsa de mierda!
Sacudió la puerta por última vez y se retiro caminando a paso ligero tal como llegó. Los chistes no se hicieron esperar. “Tomate un Alplax”, “un té de tilo on the rocks”, “fumate uno y relajate”, y todo tipo de chascarrillos pertinentes.
– Vienen acá para drogarse. – parafraseó Roque con gracia.
– Cuánta razón tiene. – pensó Mariana, mientras el keeper le indicaba el ingreso al paraíso.
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